Con el acuerdo de Bruselas, la Unión Europea avanza con “una voluntad única, terrible y duradera”

por Alessio Arena

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“Espero que el peligro ruso aumente hasta tal punto que Europa tenga que optar por convertirse en una amenaza y, mediante una nueva casta que reine sobre ella, forjar una voluntad única, una voluntad propia, una voluntad terrible y duradera, capaz de imponerse durante milenios; de este modo, Europa pondría finalmente fin a la comedia, que ha durado demasiado tiempo, de su división en pequeños Estados con ambiciones divergentes, dinásticas o democráticas. El tiempo de la pequeña política ha pasado: el próximo siglo traerá la lucha por la dominación universal – la obligación de una gran política“. Este extracto de Más allá del bien y del mal de Nietzsche explica bien la magnitud de lo que está sucediendo en la Unión Europea.

Obviamente, Rusia no es el peligro hoy en día y Conte lo explicó bien en una de las muchas declaraciones que marcaron la interminable reunión del Consejo Europeo: el objetivo es permitir que la UE “compita con los Estados Unidos y China”. En otras palabras, se trata de dar un salto cualitativo en la construcción de la superpotencia europea. Se cumple lo que Nietzsche llamó “la obligación de una gran política” y, en una interpretación refinada de la relación dialéctica entre las relaciones económicas y políticas, esto se hace utilizando los resortes de la economía. La emergencia sanitaria, que detonó una crisis económica latente que se venía gestando desde hacía mucho tiempo y que proyecta hacia adelante las características esenciales de la que estalló en 2008, ofreció una justificación de emergencia muy oportuna: la amenaza inminente que se cierne sobre las economías europeas, en particular la italiana, justifica un drástico salto hacia adelante. Si en febrero las instituciones ejecutivas de la UE tuvieron dificultades para conseguir que los Estados miembros aprobaran un presupuesto plurianual para 2021-2027 equivalente al 1,05% del PIB de la Unión (fue entonces cuando el público del Viejo Continente oyó hablar del llamado “eje frugal”), hoy el Consejo Europeo está lanzando un vertiginoso aumento de los recursos, casi su duplicación, sentando las bases de una autonomía fiscal sin precedentes de la UE.

En estos días de negociaciones, Conte ha sido muy claro en una cosa en particular: la posición italiana ha consistido principalmente en una vigorosa defensa de las prerrogativas de las instituciones comunitarias frente a los gobiernos nacionales. Frente a la visión intergubernamental defendida por los Países Bajos de Rutte y los demás países autodenominados “frugales”, la de Italia, y la del eje sobre el que nuestro gobierno tomó la delantera (que no sorprendentemente incluye a Alemania) destacaba el pleno reconocimiento de la centralidad de la Comisión Europea, que resultó ser la verdadera y gran ganadora de las negociaciones.

Hace exactamente un año, cuando el voto europarlamentario sancionó la investidura de Ursula von der Leyen como Presidenta de la Comisión, denunciamos cómo la asunción del liderazgo del ejecutivo de la Unión por parte de Alemania, en la persona de un ex miembro del gobierno de Angela Merkel que es también una expresión inequívoca de la fisonomía y de las ambiciones de las clases dominantes alemanas, constituía el preludio de un salto cualitativo en la “construcción europea” gobernada y dirigida por el liderazgo del imperialismo alemán. Hoy tenemos una representación plástica de esto.

Para abrir nuevos frentes de lucha es imprescindible constatar lo que está sucediendo. La UE no es, al contrario de lo que muchos creen, un proyecto economicista que tiene dificultades para entrar en la dimensión política. Se trata más bien de un proyecto eminentemente político – la ” gran política ” evocada por Nietzsche – que arranca desde la estructura económica para tocar todas las superestructuras y mira estratégicamente mucho más allá. Ciertamente no se trata de política como nosotros la pensamos porque, en ausencia de la dimensión política organizada del conflicto de clases, la política se convierte en un asunto muy vertical y en exclusiva prerrogativa de las clases dominantes y de los bloques más orgánicos que éstas expresan. Para realizarse, el proyecto debe superar dialécticamente una serie de contradicciones a todos los niveles, pero esto forma parte de la dialéctica histórica, que no se valida sólo cuando somos nosotros los que actuamos en ella. Esto es exactamente lo que ha sucedido en los últimos días en Bruselas.

Cuanto antes tomemos nota de la naturaleza esencialmente política de la “construcción europea” ultraimperialista, antes dejaremos de vivir con expectativas místicas sobre el colapso espontáneo de la UE y del Euro. En los últimos meses, tras la sentencia del Tribunal Constitucional alemán sobre la legitimidad del programa de Quantitative easing del BCE, se ha especulado mucho entre los soberanistas de izquierda acerca de la posibilidad de que Alemania se retire de alguna manera de sus posiciones en la UE o de la zona euro. En esencia, hay quienes esperan que este monstruoso enemigo que hasta ahora no hemos podido combatir, desaparezca por sí solo.

Ojalá que el acuerdo alcanzado en Bruselas consiga disipar esas fantasías, como esperamos que vuelva a desmentir claramente la idea difundida, no sabemos hasta qué punto de buena fe, incluso por economistas “progresistas” de la talla de Stiglitz, de que la construcción económica de la UE haya estado marcada por la arbitrariedad y el error.

La Unión Europea es una construcción humana, por lo que el error siempre puede ser contemplado. Pero ha llegado el momento de reconocer de una vez por todas cómo el diseño eminentemente político que subyace a todos los pasos fundacionales del proyecto ultraimperialista tiene algunas directrices que se corresponden con lo que llamaríamos con Gramsci “pensamientos largos”Vincular la autonomía política de los Estados a través de la economía, reconfigurar las cadenas de valor continentales para que su soberanía carezca progresivamente de una base material efectiva en las relaciones económicas, utilizar el efecto del dumping fiscal y salarial generado por el principio de la libre circulación de capitales y personas para asestar un golpe fatal a la capacidad de las naciones de tomar decisiones autónomas sobre su propio destino: todos estos son otros tantos pasajes de una “voluntad propia, terrible y duradera” muy precisa.

Para el imperialismo alemán, todo esto constituye la única solución posible al tema secular del “espacio vital”, cuya negación ha sofocado sus ambiciones expansivas desde la proclamación del Reich de Bismarck. A pesar de la mentalidad de taller que puedan tener las clases productivas de Baviera o de Renania, las clases dirigentes alemanas siempre han cultivado una visión expansiva e imperial de su posición en el mundo; nunca se retirarán de su función de motor de la UE, porque la construcción europea es el espacio posible para la realización de esa ambición. Tomemos prestadas las palabras utilizadas por el ex Ministro de Finanzas y actual Presidente del Bundestag, Wolfgang Schäube, en un artículo titulado “La política es la lección de lo posible” que apareció el 7 de abril de 2015 en el Frankfurter Allgemeine Zeitung: ” En lo que concierne a los alemanes, nosotros hacemos política europea, no política alemana“.

Las negociaciones concluidas hoy en Bruselas fueron, en este sentido, ejemplares. En ellas se puso de manifiesto una contradicción entre dos visiones de la Unión Europea que no han sido objeto de compromiso sino de superación dialéctica: las concesiones a la posición de los llamado “frugales” no afectaron, sino que reforzaron al núcleo político consolidado en torno al crecimiento exponencial del presupuesto plurianual, la aparición de un perfil fiscal autónomo de la Unión y el fortalecimiento sin precedentes del papel de la Comisión. En este pasaje, la propuesta de vincular el desembolso de fondos al “respeto del estado de derecho” ha permitido incluso a Alemania alinear con su posición la de los países del Visegrád, que en general representan una importante puerta de entrada para la injerencia de los Estados Unidos al tratar de influir, retrasar o impedir que se forje la “voluntad única” europea.

Pero sobre todo, y éste es el elemento que hay que destacar más que cualquier otro, el acuerdo alcanzado hoy permite vincular a los veintisiete países miembros a un plan de reconfiguración del tejido económico que mira hacia adelante en el tiempo proyectando las próximas décadas y que no sólo alinea a todos los contrayentes en una perspectiva ordoliberal sino que, mediante la vinculación del desembolso de fondos a las reformas y al afianzamiento de las deudas a largo plazo de los Estados con la misma UE, garantiza la movilización en esa dirección también de los recursos recaudados de forma autónoma por cada uno de los países y, por tanto, la movilización en clave estratégica del inmenso potencial económico europeo.

El gobierno de Conte, que en los últimos días ha ocupado la primera línea de ataque del ultra-europeismo en Bruselas, proclama ahora su victoria. Y, efectivamente, si asumimos que el objetivo del gobierno y las clases dominantes de Italia era encadenarnos a una visión estratégica de “construcción europea” que declina el ordoliberalismo según las exigencias del nacimiento de una superpotencia imperialista de tamaño continental y de nuevo tipo, Conte ha ganado realmente. Y también ganó en la búsqueda de una justificación económica para la opción estratégica ejercida, porque la respuesta a la crisis desencadenada por el coronavirus requerirá realmente la inversión de enormes recursos que Italia por sí sola hubiera podido conseguir sólo en parte y a un precio muy alto. No podemos descartar la posibilidad de que, a corto plazo, esto también tenga un impacto positivo en el consenso electoral de las fuerzas del gobierno, sobre todo considerando que los argumentos a favor de recurrir al ESM son cada vez más débiles, con toda la carga simbólica que esto conlleva. Ciertamente, la ruptura que se ha producido en el campo de la derecha entre Forza Italia, que, más allá de las declaraciones formales, confirma su opción proeuropea y, de hecho, es candidata a servir de muleta al actual equilibrio parlamentario, Fratelli d’Italia, que, en sustancia, asume una especie de posición intermedia para no contrariar definitivamente a ningún grupo de poder, y la Liga, aislada por la rudeza de su propuesta y por el carácter inconfesable de sus motivos, contribuye a mantener abierta a esta mayoría la perspectiva de aguantar hasta el final de la legislatura. Lo más importante, sin embargo, es que incluso en esta encrucijada histórica Italia ha tomado una dirección que será casi imposible de revertir, en el contexto de la integración europea, y de la que ningún gobierno pro-americano que venga tendrá la posibilidad concreta de desviarse.

Para aquellos que, como nosotros, persiguen la independencia política de las clases trabajadoras y trabajan para abrirles la perspectiva de una lucha por el poder, la derrota que se avecina es muy pesada. La nueva ola de reformas ordoliberales que golpeará al país en los próximos años y que repercutirá a favor de las clases dominantes en todos los aspectos de la vida del país, hará que las fuerzas de trabajo retrocedan aún más, tanto en Italia como en toda la UE. La condición existencial de todos y cada uno de nosotros continuará cambiando, y de manera acelerada, hacia la sumisión total al paradigma de la subordinación y la precariedad social. Las zonas geográficas penalizadas por el proceso de integración europea, incluyendo a nuestra Italia meridional y a las islas, se hundirán cada vez más en su infierno de desertificación y avasallamiento social, mientras que la “metrópoli” centroeuropea que impulsa la economía de la Europa ultraimperialista seguirá dando lugar a nuevas formas de marginación y explotación social. Las ambiciones hegemónicas representadas por la UE pesan con mayor fuerza sobre nuestro futuro.

Por supuesto, todavía existe la posibilidad de que el acuerdo alcanzado hoy pueda encontrar obstáculos en el proceso de ratificación que han de realizar los Estados miembros: en una dimensión del antagonismo político de las masas populares contra la desaparición de la democracia que aún sobreviva entre los compartimentos estancos de la oligarquía comunitaria. Sin embargo, se trata de una posibilidad remota que, entre otras cosas, favorecería un retraso en el desembolso de los recursos, cuyas consecuencias sociales a corto plazo, muy duras para las clases populares, se capitalizarían casi con toda seguridad en términos de consenso por parte de la extrema derecha, lo que conduciría a un callejón sin salida.

Por lo tanto, hemos de entender la magnitud de lo que está sucediendo y, pacientemente, elaborar una alternativa. No basta con denunciar el carácter del camino al que se empuja, una vez más, a nuestro país: ya no se puede posponer la definición de una estrategia clara para incluir a la izquierda de clase italiana en un diseño orgánico de oposición estructurada a nivel continental frente al proyecto ordoliberal. Si no logramos dar este paso, no habrá perspectivas de reanudar el conflicto social en la dimensión y con las características necesarias para romper la jaula europea.